Oh colérico Aquiles,
Que en el afán mortal de todo hombre
Has dado vuestra vida por la efímera gloria,
Palabra de poetas que descansan muertas
Como cuerpo vuestro en la ciudad de Troya,
Hasta que renacidas, reencarnadas, mías son,
Posesión toman de la humanidad de aquellos
Años
El implacable destello de un ideal de hombre
Que prefiere morir que ser olvidado.
Oh colérico mirmidón,
Vendita sea saeta que muerte os dio,
Certera en estrecho destino, elegido por vos.
Oh, vendito sean los días en que el hombre
Carecía de voluntad: marioneta de tragedias,
Dolores padecíamos en nombre de los inmortales
Señores del Olimpo.
Sólo tú, oh terrible Aquiles, señor sobre los hombres
Tuviste oportunidad de favorecer entre vida o la muerte
Y hasta hoy comprendo que dicho destino orgulloso
Has elegido por nuestro para con los dioses,
Quienes envidiosos contemplan la fragilidad humana.